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Historias diarias de Akasha Valentine: Alma envenenada. 

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Historias diarias de Akasha Valentine: Alma envenenada. 
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Registrado: Mié Mar 21, 2007 12:17 pm
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Título Original: Alma envenenada © 2016.
Autor: Akasha Valentine.
Género: Relato/Drama
Idioma: Castellano.
Volumen: Único.
Ilustrador: Akasha Valentine - 2016.
Corrector: José Antonio.
Editor: Akasha Valentine.
Fecha de publicación: 20/01/2016.

ALMA ENVENENADA POR AKASHA VALENTINE.

El cálculo de los días ya pasados podía apreciarse en cada una de las gotas embarradas que, adheridas al traslúcido cristal, apenas dejaban entrever el pie del camino. Lo mismo podría decirse del amplio número de insectos muertos que, secos y sin aliento de vida, yacían sobre un lecho carcomido de madera cuyas juntas levantadas ofrecían a la vista de quien se detuviese allí para mirarla una imagen desoladora de olvido, desuso e indiferencia. Casi se diría que nadie habría vivido allí en siglos, pero uno debería corregirse y cambiar la palabra siglos por años. Incluso el silencio parecía estar molesto consigo mismo, pues de vez en cuando permitía a la propiedad abandonada atraer a un extraviado animal. No eran pocos los roedores que, desorientados, aceleraban su paso al darse cuenta de su error al comprobar que el alimento cada día escaseaba más y más. Fue el viento el que ahora rompía el sosiego y la tranquilidad, pues era responsable de mecer las contraventanas suavemente, como si tuviera miedo de tocarlas y hacerlas caer de golpe. Como si la sorpresa de ver pasar un único automóvil no fuese suficiente, ahora el vivo recuerdo de los días olvidados se hizo presente en aquel arenoso y polvoriento camino con las marcas impresas de las rodadas en el suelo. Ahora que ya no había vuelta atrás su propietaria titubeaba, levantaba y bajaba la vista del espejo retrovisor, intentando ver lo que sabía que no encontraría: un vehículo siguiéndola a ella. Mordió sus labios con una suave presión, como si de un simple gesto despreocupado se tratase, pero no lo era: ella bien sabía que era así, y sin embargo hizo que lo pareciera. Desvió la vista de la carretera por un momento, y la dejó caer en su bolso. Pensó en atrapar con sus delgados dedos y sus afiladas uñas rojas su viejo teléfono móvil, pero resistió la tentación de hacerlo, al menos hasta que hubiese llegado a su destino.

La maleza había crecido de manera abundante y salvaje, uno debía ir con cuidado si no quería encallar sus pies contra el agreste suelo, pero para cuando ella ya había detenido el automóvil y salido de su interior comprobó con sus zapatos de tacón que se hundía y encallaba sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Tras batallar arduamente con el camino, se hizo valer de toda su fuerza y, tras llegar a una zona descampada, pudo lograr hacer lo que se había propuesto antes de ser interrumpida por aquella estúpida y rebelde naturaleza.


Por fin podría centrarse en lo verdaderamente importante, por lo que metió su mano en el bolsillo, hundió sus dedos, raspó con su uñas todo objeto de poco valor y extrajo su anticuado, obsoleto pero valioso móvil. Al mirar la pantalla se preguntó si el único número que aún existía en esa tarjeta seguiría estando disponible una vez más para ella. Se lo jugaba todo a nada, y las posibilidades estaban al cincuenta por ciento. Despegó la tapa, olvidándose por un momento de respirar, conteniendo el aliento, sin exhalar el aire que aún tenía en los pulmones. Pensó que se iba a acabar mareando, pero no lo hizo, y en cuanto tuvo la oportunidad de tomar por segunda vez consciencia de lo que hacía dejó que sus dedos se movieran. La ansiedad en aquellos momentos parecía que iba a consumirla. Marcó de memoria todos y cada uno de los números, y lo hizo para recordarse a sí misma que aún le seguía importando, porque si no ya lo hubiera olvidado todo de él, incluso el número de su casa. Le costó pegarse el auricular al oído, pero más le inquietaba la idea de saber que si no lo hacía no podría volver a oír el sonido de su voz, y eso sí que no podría soportarlo por más tiempo.

Un tono: había línea; un segundo timbre, una espera larga, una tercera modulación y una voz que evidentemente no era la suya. El corazón se le detuvo, la boca se le secó de golpe, la lengua se le trabó y no pudo decir el motivo de su llamada.

La voz femenina insistió: era joven, parecía la de una niña, y de inmediato se percató de que era realmente alguien aún entrado en la infancia. Oyó su voz, lejana y distante, lejos del auricular por el que la niña aún parloteaba. Le había llamado papá, y de inmediato el corazón se le detuvo por un breve instante. Ya no eran pasado y presente, ahora se habían convertido en pasado, y era algo que no esperaba que sucediera. Sólo dijo “¡Hola!”. Y nada más. Colgó porque ya no había nada más que decir. Y volviendo sobre sus propios pasos tomó la decisión que creyó que sería la más correcta dada la situación.

Pisó de nuevo el suelo, enredando sus botas contra la maleza, empujando con frustración sus pies, intentando llegar hasta la esquiva puerta del edificio abandonado, y una vez llegó allí echó mano al bolsillo de su abrigo y sacó la llave principal de la casa. La hizo girar una, dos, ya no llevaba la cuenta; se había equivocado y la había cerrado y abierto, así un par de veces, por lo que al segundo giro tiró del pomo y la puerta cedió.

El concentrado aroma golpeó la punta de su nariz; era rancio y pesado, pero al menos le resultaba vagamente familiar. No tenía ganas para preocuparse por los detalles. El polvo, las telarañas, todo estaba tan ordenado que casi parecía acompañar a la decoración del lugar, así que lo dejó estar todo en su sitio y se centró en lo que había venido a hacer. Visitó todas y cada de las habitaciones en las que había vivido, en las que había imaginado una próspera vida junto a él, pero ahora todo era distinto, y así debía ser. Aunque le pareciese injusto, no había nada por lo que mereciese la pena luchar. Se había olvidado de que aún lo llevaba en el bolsillo: el bote marrón con multitud de píldoras bicolor que ella misma había vaciado y rellenado con cianuro. Se sentó donde creyó oportuno hacerlo. En la escalera de madera desde la cual tenía acceso a todas las habitaciones.

El agua caliente que previamente había estado hirviendo antes de inspeccionar la casa ya estaba en estado de ebullición, y la tetera no cesaba de sonar. Un té recién hecho pensó que le sentaría de maravilla. Sólo que era una pena no tener nada con el que acompañar aquel amargo sabor, salvo un puñado de pastillas bicolor. Eso, sin embargo, era mejor que no tener nada.

El té aún quemaba, pero podría soportarlo. La primera pastilla ya se la había tomado, y el sabor le desagradó bastante; no le gustaban, nunca le había gustado tomar medicinas, pero esta vez todo era diferente. Una segunda cápsula fue ingerida de manera más rápida que la anterior. El veneno actuaría pronto. De nuevo ese mal sabor en sus labios y paladar. La taza bailó entre sus manos, ya empezaba a encontrarse mal. La última píldora se le resbaló de los dedos al igual que su taza. Esbozó una expresión de dolor y angustia antes de caer muerta sobre la mesa de madera puesta tal y como ella la había dejado hacía ya más de quince años.


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Mié Ene 20, 2016 9:46 pm
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Traducción al español por Huan Manwë para phpBB España