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III Edición del concurso de relato “El folio en Blanco”. 

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III Edición del concurso de relato “El folio en Blanco”. 
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Título de la obra: Muerte sin previo aviso. Publicado el 29/05/2013 para la III Edición del concurso de relatos promovido por “El folio en Blanco”

Lectura completa: Muerte sin previo aviso

Aferró el pomo de la puerta con todas sus fuerzas y las húmedas yemas de sus dedos temblaron de inmediato al sentir el frío metal atravesar su piel. Sintió una fuerte sacudida en la palma de la mano, como una especie de calambre que le hizo retroceder sobre sus propios pasos, obligándola a soltar de inmediato el tirador que segundos antes había sostenido con vigor. Sus músculos se tensaron, su mente se bloqueó, y sus pensamientos se paralizaron de inmediato. Su boca se abrió, pero no exhaló palabra alguna, sino que más bien le sirvió para tomar una pequeña bocanada de aire frío que descendió lentamente a través de su faringe hasta llegar a los pulmones, que aquejados por semejante cantidad de oxígeno se contrajeron obligándola a toser de inmediato. Volvió a apoyar su mano en el tirador, y está vez se aseguró de que la puerta cedía y se abría en la dirección correcta. Un soplo de aire caliente, cuyo aroma no viajaba solo, le dio la bienvenida, pero ella era incapaz de apreciar el sutil perfume a café recién hecho que flotaba en el ambiente. Sus pupilas se movían apresuradamente, como si buscaran entre la multitud un hueco en el que cobijar a su diminuto y enclenque cuerpo, cuya larga trayectoria había sido escrita en las arrugas de su piel. Evitó los elevados taburetes ubicados al pie de la barra, le desagradaban enormemente, pues dada su raquítica altura le suponía un enorme esfuerzo alzar las piernas y tomar asiento de una manera que no resultase un gesto cómico y burlesco ante los ojos de cualquier cliente. No tenía la menor intención de permanecer en aquel local durante demasiado tiempo, pero dado que era el único recinto abierto a esas horas de la mañana pensó que se sería el lugar más idóneo para quedarse y descansar hasta que pudiera idear un plan. Sin previo aviso cayó en la cuenta de que no estaba del todo segura sobre la idea de si llevaba dinero en la cartera o se había olvidado de coger incluso su clásico monedero cuando tuvo que huir de su propia residencia en mitad de la noche. El camarero que la había visto entrar segundos antes no le quitaba el ojo de encima, una acción que la escamó y la puso en alerta. Disimuló e incluso eludió su mirada cuando él la clavó sobre su espalda y después descendió lentamente hasta posarla sobre su viejo maletín de cuero corroído por los años, el uso y los interminable viajes de su propietaria. Margaret, que era así como se hacía llamar ahora, saltó de mesa en mesa con la mirada intentando encontrar un rincón apartado donde poder descansar sin bajar la guardia. El hecho de haber dormido tan sólo un puñado de horas durante toda la semana le estaba pasando factura, le costaba concentrarse en lo que hacía, y por lo tanto cada acto que realizaba tenía que pensárselo dos veces antes de llevarlo a cabo, un hecho que la desgastaba tanto mental como físicamente. Evitó sentarse cerca del baño y de los lugares en los que se podía reflejar su imagen; no era vanidad, ni el miedo a verse envejecer lo que a ella le preocupaba, lo que de verdad temía Margaret era encontrarse cara a cara con su don, una habilidad que para quien la portaba era un billete seguro a una muerte prematura. Sin vida, sin amigos, sin relaciones afectivas o emocionales, las personas como ella tenían que aprender a manejarse por sí solas, a defenderse y a luchar si querían seguir sobreviviendo hasta el final de sus días. Un don que las maldice, una condena que mantiene en equilibrio al mundo aún a riesgo de sus propias vidas. No hay reglas, ni líneas de sangre, despierta cuando un elegido cae; desde tiempos inmemoriales, cada individuo que recibe la facultad de ver lo que otros no pueden lo llama de una manera y todos ellos recuerdan la vida de quien les precedió y de cómo murió. Sus raquíticos dedos tiraron con fuerza del servilletero, y en un acto desesperado se metió en la boca una bola de papel con la que calmar a su hambriento estómago que no cesaba de emitir sonidos lastimeros. Repitió una y otra vez este proceso cuando nadie la miraba, y cuanto más papel ingería, más dolores sufría, pues ni de lejos se parecía a una comida caliente la cual hacía meses que ya ni probaba por la falta de dinero y tiempo. Su sombrero cloché le ayudo a cubrirse el rostro cuando descendió su rostro hacia el suelo y desvío la mirada del hombre de mediana edad que había pasado junto a ella en dirección a los servicios. Uno de los camareros que se encontraba atendiendo detrás de la barra dejó caer un vaso de cristal, un gesto que la aturdió y a punto estuvo de pararle el corazón. Se frotó el rostro, tenía demasiado sueño, estaba cansada y las heridas que le habían infligido los zapatos le estaban pasando factura. Rebuscó entre sus pertenencias un plano de carreteras, perfectamente doblado y de un tamaño diminuto y manejable. Le echó un rápido vistazo, tan breve que apenas había pensado en su próximo destino. Recordó el motivo que la habia impulsado a detenerse en aquella cafetería, revisó concienzudamente el contenido de su cartera y se alegró al descubrir que aún le quedaban un par de dolares en bolsillo para tomarse un café caliente y algún aperitivo de bajo costo. No podía levantarse de la silla, y tampoco quería que nadie se le acercase, pero como ambas opciones eran igual de malas, optó por llamar la atención del camarero que había más próximo a su mesa. Habló con la mirada fija en el suelo, con los labios siseantes, y rogó que se dieran prisa en atender su pedido. El joven muchacho pensó que aquella mujer era como todas las de su edad, arrogante y desagradecida, pero se equivocaba: Margaret, en realidad, tenía más o menos la misma edad que él, posiblemente fuese un poco más joven, pero el objeto que portaba en el interior de su maletín le hacía envejecer lentamente con cada segundo que permanecía su lado. El ruido de la cafetera a presión la despistó, y a continuación todo sucedió demasiado rápido. El hombre que había entrado minutos antes en el servicio camino de forma lenta e insegura en todas direcciones. La parte frontal de su frente estaba despejada de cabellos, por lo que se podían apreciar las graves lesiones que se había autoinfligido con el cristal del cuarto de baño. De aquellas graves heridas brotaba sangre sin cesar, fluyendo a través de su piel hasta llegar a su raída ropa empapada en sangre. Fue el pestilente olor lo que la hizo darse cuenta de que ya no había escapatoria posible, él la estaba mirando a ella y a su maletín. Nadie más parecía darse cuenta de lo que estaba sucediendo, por lo que no podía pedir ayuda. Empujó con fuerza la mesa y le arrojó una de las sillas para hacerle caer. Su perseguidor corrió tras ella y el camarero, que momentos antes había estado atendiendo en la barra, ahora se había colocado delante de la puerta cerrándole el paso. Otra vez las sombras habían recobrado la fuerza necesaria para acabar con los que eran como ella, pero Margaret no estaba dispuesta a rendirse, por lo que corrió con todas sus fuerzas en la dirección contraria a sus posibles captores y atravesó el cristal de la cafetería con todo su cuerpo protegiendo entre sus brazos el valioso maletín. Lamentablemente no tuvo éxito y murió cuando el preciado objeto oculto en el interior del maletín se abrió sin previo aviso, dejando escapar todo el mal que en él habitaba.

- FIN-


NOTA LEGAL: Akasha Valentine 2013 ©. La autora es propietaria de esta obra literaria y tiene todos los derechos reservados.

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Mi novela "Cartas a mi ciudad de Nashville" disponible en la web y en blog. Todos los derechos reservados © 2014-2021.


Vie Dic 02, 2016 10:26 pm
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Traducción al español por Huan Manwë para phpBB España