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IV Edición del concurso de relato “El folio en Blanco”. 

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IV Edición del concurso de relato “El folio en Blanco”. 
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Título de la obra: Un cadáver en el río Támesis. Publicado el 29/06/2014 para la IV Edición del concurso de relatos promovido por “El folio en Blanco”

Lectura completa: Un cadáver en el río Támesis.

Para cuando ya había llegado era demasiado tarde. El cuerpo de un hombre de mediana edad flotaba sin vida en el río Támesis y no eran pocos, precisamente, los incautos que se habían acercado a contemplar tan macabro espectáculo. Personas de todas las edades, razas y clases sociales se aferraban con las manos pegadas al puente de piedra olvidándose casi por completo de la baja temperatura invernal que aún seguía vigente en aquella mañana de principios de Marzo. Yo, como muchos otros, también imité el mismo comportamiento, pero sin el escrupuloso deseo de saciar una sed de morbo y curiosidad que parecía no quedar nunca satisfecha a pesar de semejante hallazgo por parte de los transeúntes. Miré, como ya he dicho, desde un puesto seguro, donde el hielo y la nieve cubrían menos capas de piedra y tierra. No necesitaba acercarme demasiado para ver como aquella cabeza ahora separada del tronco, alterada por el agua y los botes de los policías de Scotland Yard, flotaba girando a veces sobre sí misma y otras veces de un lado hacia otro sin rumbo fijo, mientras los agentes hacían todo cuanto les era posible para alcanzar el cadáver y acabar de una vez por todas con los extensos rumores que habían corrido como pólvora y que lo único que provocaban era atraer la atención de los mirones y curiosos, que veían en aquella tragedia un motivo de comidilla para emplear en las tabernas de los bajos barrios o como elocuente pasatiempo en los más selectos salones de fumadores de las más altas clases.

Tomé un gran sorbo de aire, no porque lo necesitase ni me sintiese mareado, lo hice para descubrir una milésima de segundo más tarde el inconfundible olor a muerte. Un ligero y pestilente aroma a descomposición acarició mis fosas nasales, un perfume que parecía pasar inadvertido para todas aquellas personas que estaban a mi alrededor y a las cuales esquivaba por puros principios. Oí de inmediato la voz de dos frailes a mis espaldas que hablaban susurrando una lengua ya extinta, y los bajos de sus hábitos me indicaron de dónde habían venido.

La humedad, el moho adherido a sus vestiduras, su pálida piel, rápidamente me indicaron que no eran de por aquí, y en el mismo instante en el que ellos notaron mi presencia inclinaron su cabeza y se marcharon lejos de mi lado, evitando mirarme a la cara, como si no quisieran enfrentarse a un problema mayor del que ya tenían entre manos. Les dejé ir, porque como bien sabía no buscaban complicarse la vida, y yo tampoco quería perder mi valioso tiempo con ellos, así que de mutuo acuerdo dejamos aquella mirada distante y esquiva por ambas partes en un punto muerto.

Volví a centrarme en aquel aroma que no se me quitaba de la cabeza y, conducido por él, me llevó hasta un callejón sin salida, donde sólo me topé con restos orgánicos de basura, excrementos humanos y otro tipo de olores y formas animales que como muchos en la ciudad de Londres mal subsistían intentando sobrevivir un día más. Cuanto más acortaba la distancia entre el final del callejón y la calle por la que había entrado, más comprendía lo que estaba a punto de enfrentar. Detrás de unos cubos de basura abollados por los golpes del día a día y de la lucha sin tregua que había tenido escasos momentos antes de mi llegada, vi como la pierna de una mujer joven, casi una niña diría yo, se movía de manera compulsiva de un lado hacia otro, como si su dueña no pudiese parar de temblar, presa del pánico; pero por desgracia ya no era así, no podía oír los latidos de su corazón porque ella ya estaba igual de muerta que el cadáver del río Támesis.

Me moví con suma precaución, puesto que la grotesca criatura estaba tan absorta en el asunto que se traía entre manos, que no era otro que el de alimentarse de los órganos internos de su víctima, que no se percató de mi presencia, un fatal error que le costó la vida, pues antes de que se diera cuenta de que yo estaba allí mi espada fue desenvainada y con la misma rapidez con la que una persona abre y cierra los ojos, el afilado filo ya le había rebanado el cuello y su cabeza rodaba por el suelo con el mismo gesto extravagante con el que anteriormente se alimentaba.

Me confié demasiado en mi larga experiencia como cazador, y aunque me habían prevenido un centenar de veces de no bajar nunca la guardia, y mucho menos en sitios tan diminutos como aquel, no vi venir al otro ser que cayó desde los cielos y me tumbó contra el suelo, golpeándome repetidas veces la cara contra el cemento. He decir que me costó más de lo que esperaba matarle, pues era grande, fuerte, y su hambre era tan intensa como su odio hacia mi persona, pero la única diferencia entre él y yo es que un servidor seguía vivo por una única razón: exterminarlos a todos ellos.

Cuando recobré la compostura, me di cuenta de que aquel monstruo me había arañado la cara y herido el brazo, nada que un poco de sangre humana no pudiera ayudar a cicatrizar. En efecto, debo de parecerles un ser extraño o un loco depravado, pero lo cierto es que tengo mis motivos para ingerir grandes cantidades de sangre humana siempre y cuando alguna bonita y joven muchacha lozana me la ofrezca.

Me llamo William T. Sammer y soy un dhampiro, y mi trabajo consiste en cazar a los de mi propia especie, así como a cualquier tipo de criatura infernal que amenace la raza humana, pues ustedes son mi alimento.


- FIN-

NOTA LEGAL: Akasha Valentine 2013 ©. La autora es propietaria de esta obra literaria y tiene todos los derechos reservados.

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Mi novela "Cartas a mi ciudad de Nashville" disponible en la web y en blog. Todos los derechos reservados © 2014-2021.


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Traducción al español por Huan Manwë para phpBB España